martes, 4 de febrero de 2014

Recuerdos

Recuerdos:

Cierro el libro con un golpe seco. Las palabras se agolpan en mi mente y corren por mi cerebro como caballos desbocados. Resulta curioso cómo un asunto puede terminar en otro completamente distinto sin aparente relación que los una. En eso pienso tras agarrar al vuelo los retazos de memoria grabados en esas páginas tan manoseadas, tan familiarmente desconocidas. Un sentimiento de culpa me llena y se desborda lentamente con cada palabra que mis ojos han recorrido en el breve tiempo que ha transcurrido desde que abrí el libro. Simples fogonazos que dejan en mi retina destellos, imágenes confusas que, a diferencia del reflejo de la lámpara de araña, no se van al parpadear. Es más, parecen ganar fuerza, como si cada décima de segundo que pasasen en la oscuridad de mis ojos cerrados los alimentase, noto cómo ganan terreno poco a poco, un ejército silencioso para el resto del mundo grita ensordecedor entre las paredes oscuras de mi cabeza. Lógico, pienso. Oscuridad. Allí se crearon, allí permanecen. Recuerdos. Voces. Lo único y lo que más lamento. Lo único que queda de una persona cuando se va. Pensaréis, qué desafortunado, ha perdido a alguien y lo recuerda. Mal. Ellos me han perdido a mí. Porque ellos siguen vivos, caminan entre los recuerdos que atesoro como fantasmas. No como yo. Yo estoy muerto. He muerto cuando se acallaron sus voces, en el mismo instante en que, en aquella noche oscura de aquel pueblo sin nombre, las palabras no llegaron a salir antes de que la noche se partiese en dos. Siento los disparos como si me hubiesen acertado. La sangre brota de mi boca y me arrastro por el suelo agonizante, miro a los ojos del joven que me acompaña suplicante. No dice nada. Lo dice todo. Un sonido pone voz a mis súplicas. El último de los colores es el de los ojos del joven, un color frío, duro. Pensándolo bien, ella, yo, tuvo suerte. Ella murió rápido. No sufre. Yo muero lentamente con cada segundo, recordando los ojos de ella implorando respuesta, mirándome al notar la sangre en la ropa y en las páginas del libro que le arrebatan de las manos. No la enterraron. Por eso sigue caminando en mi cabeza, pidiendo explicaciones. Por mucho que recuerde, grite, que era mi trabajo, que no fue mi culpa, no logro echarla de mi mente. No debería haber fallado en aquella misión del jefe. Porque mi castigo, no fue, como yo pensaba, mi muerte. O al menos, no la muerte que yo pensaba.
Antes de levantarme y arreglar mi pelo para conocer a mi nuevo jefe, pienso en lo que he cambiado. Un cambio no, una reproducción. Porque el ser que crece en mi interior no soy yo, es alguien similar a mí, un hijo de lo que hice. Observo mi reflejo, pensando que no habrá nadie al otro lado. Al contrario. Mi espalda me devuelve la sonrisa. Lógico. Mis ojos se quedaron allí. Murieron. En el frío suelo. Permanecen vagando y quietos en la grava. Con ella.
La Reproduction interdite, de René Magritte

2 comentarios:

  1. Ohhhh, síiiiiii, el cuadro, la historia, el libro, todo... Sí que es etéreo, quizá algo difícil de captar. Pero maravillosamente etéreo. Maravillosamente nublado. Escalofriante.

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    1. ¡¡¡Muchas gracias!!! Meh, espero que no sea demasiado etéreo... le he dado unos pequeños "retoques", pero aún así sigue siendo siniestro... ¡¡gracias!!

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